Sobre cápsulas, collarines y otros elementos de la botella de vino

Es una especie de precinto de seguridad, la garantía de que es un vino virgen, sin rellenar ni adulterar. Envuelve la parte superior del cuello de la botella, desde la boca hasta el gallote, ese saliente del vidrio que antes servía para asegurar el tapón ahora asegura esas finas membranas de distintas texturas y colores llamadas cápsulas, que forman parte del atrezzo distintivo de la botella de vino.

Lo que nació para evitar cualquier duda sobre el contenido y de paso colaborar al asilamiento del corcho, pasó con el tiempo a ser un componente estético clásico de la botella y del lacre de un principio, con su indiscutible toque romántico pero difícil de quitar y bastante sucio, que además puede transmitir olor y sabor en el vino, se echó mano del plomo, el aluminio, el estaño o el plástico. El plomo ha sido durante mucho tiempo el material irremplazable de la cápsula, hasta que el descubrimiento de los efectos negativos del mismo en la salud humana dio al traste con este material que, poco a poco, ha sido desplazado por el estaño, el plástico e incluso el papel.

El collarín es un complemento más estético que funcional, que acompaña a algunas botellas, generalmente las tipo Rhin. Va adherido al cuello y sirve también para completar la información de las etiquetas, generalmente el año de la cosecha, el tipo de vino, y otras anotaciones que ofrecen al productor la posibilidad de utilizar un mismo modelo de etiqueta para toda la gama de sus vinos, tan sólo jugando con distintos collarines.

El cestillo, aunque fue creado como un utensilio práctico, lo cierto es que en la actualidad ha quedado relegado a un elemento más decorativo que otra cosa. La versión más usual consiste en una especie de cestillo donde se deposita la botella de forma que quede semi tumbada, con el objetivo de que los posos se decanten en el fondo y no se muevan al servir.

En origen fue pensado para que los vinos viejos descansen en la misma posición que han tenido en la bodega e impedir la dispersión de los posos. Se fabrican en vistosos modelos de mimbre y metal y en plástico. Hay un modelo más novedoso que nada tienen que ver con el anterior, salvo en su objetivo, que ajusta la botella con un tornillo y que resulta más práctico. Sin duda, cuando un vino tiene posos hay que potar por la decantación y dejar el cestillo como un ornamento más de la buena mesa.

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