Considerando que la mayoría de las copas y vasos usados desde siempre para beber vino son de un material frágil (cristal, cerámica, porcelana…), es sorprendente que muchos hayan llegado hasta hoy intactos. Los copones, unas copas de dos asas y poco profundas, fueron usadas en la Antigüedad por griegos y romanos. Este tipo de copa era fácil de pasar de unos a otros en los banquetes, asistidos por esclavos que cuidaban también de que los copones estuvieran siempre bien servidos, para lo cual usaban grandes jarras. Como el vino era casi siempre servido disuelto en hierbas, especias y otros aditivos, a veces con resultados inesperados, los asistentes que traían el vino de las bodegas tenían la obligación de probarlo antes de servirlo.
Las copas de vino protocolarias, como las que debieron ofrecerse a los invitados de honor, tanto en la Antigüedad como en la Edad Media, estaban a menudo muy decoradas y, dado que tenían una respetable capacidad, estaban provistas de dos asas para facilitar que el comensal al que se le pasaba la copa pudiera sujetarla con seguridad. La costumbre de pasar el vino de unos a otros, ya practicada antes de la era cristiana, encerraba el significado ritual de camaradería y confianza. En muchos casos, estos copones estaban provistos de tapaderas. Se han vertido muchas opiniones sobre este detalle, pero lo más probable es que fuera una cuestión práctica: en una copa tapada era más difícil echar cualquier veneno o substancia extraña sin ser advertido para los presentes.
Y aunque el oro es un metal mejor considerado que la plata, es esta última la que es normalmente utilizada todavía. La explicación es que, desde tiempos antiguos, ya se supo que la plata es menos transmisora de infecciones que el oro, que es un metal más blando.